No siempre los mapas fueron como los conocemos hoy en día. Desde que el hombre comenzó a ubicarse en el espacio, como la pintura mural, que puede representar la antigua ciudad de Çatalhöyük, en Anatolia que, que data de VII milenio a. C, hasta el mapa físico de Córdoba que se pide en algún kiosco de un colegio, pasaron miles de formatos y de historias. De eso constó la charla dada por las bibliotecólogas Gilda García Cruz e Isabel Gambarte.
Ellas se encargaron de comentar y mostrar el arte en los mapas antiguos. Esa decisión nació a partir de la donación de mapas por parte del ex Rector de la UNC, Hugo Juri que conforma la muestra “Cartografía Americana” (de los Siglos XVI a XX) del Museo Histórico de la Universidad.
Así, a medida que se catalogaban los mapas, se fue forjando el arte y la ciencia de la cartografía y que incluyó a los más originales artistas de todos los tiempos. Dándose cuenta cómo se trazaban los límites, pero también la información que residía en cada mapa. Aparece el Cartouche, que son las imágenes que se insertaban en los mapas, y eran centro de interés según pasaron las épocas. “Por ejemplo en el Rococó, tuvieron más importancia” comenta Gilda, quien sabe que no se puede hacer historia sin geografía y viceversa. Pero a medida que pasó el tiempo la simplicidad y la información, le ganó la batalla a la descripción, desapareciendo por completo en el siglo XIX.
Si hay algo que resalta en la cartografía antigua, es el poder de la imaginación. Así, los más chicos se interesaron más por los animales marinos y ciudades imaginarias. Quienes tienen más años recordarán el misterio de un territorio oculto. Ese territorio era El Dorado, que apareció en varios mapas antiguos, y se creía que tenía calles de oro en tanta cantidad que sus habitantes lo despreciaban. Así, varias de las expediciones fatídicas de los españoles, tenían su destino este lugar de ensueño.
Otro de los lugares nombrados y descubiertos en los mapas fue Trapalanda. Una ciudad subterránea que se ubicaba entre San Luis y las sierras de Córdoba. “Decían que era de amplios desiertos y por dentro con fuente de bienestar, salud y prosperidad. Algo mágico, por lo que fue buscada muchas veces” finalizó Gambarte.
Siempre se creyó que en los mares habitaban especies raras y mitológicas. Y esos se ven en los mapas, “porque en ese tiempo se dibujaba todo, hasta de lo que no se tenía certeza”. Animales marinos como el pulpo gigante Cracker- de la península Escandinava que devoraba marineros y rompía barcos con sus tentáculos- o las serpientes marinas, fueron ambientando el lugar con figuras históricas y alimentando la imaginación de los más chicos, como también de la criptozoología, el arte de descubrir animales ocultos.
El arte de curar y cuidar
Así como un médico y un enfermero, el bibliotecólogo se encarga de cuidar y curar a los libros. Porque los libros se enferman y de eso fue la segunda charla en el Aula Interactiva. María Graciela Cañete y Julio Melian, fueron los encargados de comentar cómo se preserva un libro.
Ellos, encargados de mantener viva el legado de la Biblioteca del Hospital de Clínicas en Córdoba –que cumplirá 100 años– comentaron qué cosas afectan a los libros, y los agentes que los deterioran. Existen los internos y los externos. En los primeros: materias primas, formato, tamaño y peso, colas de pegar, formas de uso, lectura, exposición, tintura y los componentes técnicas de fabricación, componentes propio del material. Mientras que los externos son los que lo rodean o inciden en él desde afuera: contaminación ambiental, medio ambiente, iluminación, limpieza, agentes biológicos como microorganismos, bacterias u hongos. Insectos, aves, roedores, etc.
Estados de conservación, donde sacan el polvo, humedad, hongos y demás. El aislamiento para conservarlos y más detalles del cuidado de los libros. “Nosotros, cuando nos llega un libro enfermo, lo recibimos en un campo aislado. Luego hacemos una historia clínica con los datos del libro, el estado de conservación, los daños físicos, químicos, biológicos, otros ataques del libro y con un registro fotográfico, como un paciente. Es como una cirugía estética. Para recuperar el libo dañado” comentan los curadores de libros. Ellos que recuperan la historia. Ellos que también hacen ciencia.